En mi ciudad, llueve con frecuencia gran parte del año, especialmente en mayo y en los meses correspondientes a la temporada ciclónica (junio – noviembre), por lo que estaba convencida de que la invocación era escuchada por la deidad a la que implorábamos. Entonces seguía un delicioso baño en el aguacero.
Es mayo, mes de sol, mes de repentinas tormentas.
Ayer vino la lluvia. Estaba sentada frente a la ventana, los codos apoyados sobre el escritorio, las manos sostenían el mentón. Miraba los árboles y las ardillas que correteaban entre las ramas. Ayer vino (de súbito y con rabia) la lluvia. Había renunciado a escribir y me había sentado a contemplar la vida que bullía fuera de la ventana, para ver si así las para ver si así las palabras, el ritmo y la melodía se ponían de acuerdo, para ver si así firmaban un pacto de paz y daban paso a la armonía y se suscitaba ese milagro, ese prodigio de instante, ese portento de tiempo y espacio.
Pero vino la lluvia, llegó tu recuerdo. Y tú no estabas. Estabas pero no estabas. Y la lluvia cayó sobre los árboles y sobre las ardillas. Y de las ramas de los árboles caía otra lluvia, llena de insectos y grumos y restos, gotas que arrastraban moléculas de hoja y hormiga. Y esa agua caía sobre la tierra oscura, una tierra que nunca hemos pisado, que nunca hemos recorrido.
Deberíamos averiguar finalmente dónde están los senderos, deberíamos, ya exhaustos y llenos de verde y viento y lluvia, abrazar los árboles.
¿Lo haremos algún día? Ayer llovió. Sí. Recuerdo que como a mi, te gustaba la lluvia.
No sé cómo (pero saber cómo, tampoco importa demasiado) pude asociar el olor de la tierra mojada de “ agua lluvia “ con tu carcajada y las lluvias que aún a distancia nos ingeniamos compartir.
Mayo tiene fama de agradable, pero
llueve.
Yo asocio el olvido con la lluvia,
con los recuerdos de amores idos y con la alegría de haberlos vivido, y a fin
de cuentas, el olvido es lluvia que cae.
Lluvias de mayo…sorpresivas,
persistentes, con olor a melancolía.
Rebeca.
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