La literatura biográfica cuenta con innumerables ejemplos que sería imposible detallar.
El diario personal puede considerarse un trasunto biográfico de quien lo escribe.
Muchos títulos destinados al público infantil y juvenil están escritos en forma de diario o acuden, en algún momento, al diario para acercarnos más a los personajes y hacer que el lector se identifique con ellos.
Algo así ocurre con Ana Frank, pero a diferencia del diario de ficción, inventado por un narrador, en el Diario de Ana es ella quien escribe, ella quien nos cuenta cómo vivieron la familia Frank y sus amigos los más de dos años que permanecieron en el escondite de la “casa de atrás”.
Los diarios, los cuadernos, las autobiografías, las memorias, son géneros poco usuales. Los diarios y las memorias han sido confinados a aquellos grandes escritores que dejaban testimonio de una campaña militar.
Los cuadernos abrevian el género. Son más humildes que el diario y no están sometidos a la esclavitud de escribir diariamente. Kafka se reprocha cada vez que abandona la escritura de sus Diarios y no los atiende cada día. El cuaderno puede funcionar como el doble de la obra. En los Diarios de Kafka encontramos largos fragmentos de sus obras (El desaparecido, El médico rural) intercalados en sus anotaciones.
Los cuadernos de trabajo de los escritores pueden ser o no un género de publicación póstuma.
Ya sea bajo la forma de una afirmación o una negación, la sinceridad es un tópico en los diarios. Gombrowicz lo formula como una pregunta que involucra a quien está dirigido el diario y revela, a la vez, una posición contradictoria: “Escribo este diario sin ganas. Su insincera sinceridad me fatiga. ¿Si tan solo es para mí, por qué sé imprime? ¿Y si lo es para el lector por qué finjo conversar conmigo mismo? ¿Hablar con uno mismo para que lo oigan los demás?”.
Es una función del diario registrar cada cosa. Piglia lo llama una manía de dejar todo por escrito. Los Diarios de Kafka son un ejemplo de esto último. Refiriéndose a su juventud, Piglia escribe: “Me gustan los primeros años de mi diario justamente porque allí lucho con el vacío”.
Los diarios son habitualmente una publicación póstuma. La decisión de publicarlos en vida es arrebatarle un pedazo de vida a lo que Gide decía: “escribir es poner algo a salvo de la muerte”. Con la publicación póstuma, surgen las figuras del albacea, el editor y el heredero, que pretenden, como se dice actualmente, “establecer el texto”; con lo cual el diario, que es una práctica inestable, termina por institucionalizarse. De esta manera, el diario ocupa como documento literario un lugar dominante.
El diario, ni íntimo ni de trabajo, queda excluido de la necesidad del autor y de la obra. El género tiene una autonomía, ¿pero dónde situarla? Podemos responder: en el estilo.
Pudorosamente se puede agregar: ¿acaso hay otra descripción más bella e “imprecisa” de qué es una vida? Continúa Piglia con sus episodios: “Existen en el diario pero no en mis recuerdos”. Esta afirmación indica ya cierta autonomía del Diario. Lo escrito ya no es propiedad del autor sino del diario. El escritor ha devenido un personaje más del diario. Piglia reafirma la autonomía del Diario: “Tengo la sensación de haber vivido dos vidas. La que está escrita en el Diario y la que está fija en mis recuerdos”.
Entonces hay tres instancias: la del olvido, la de la memoria, y la vida que está escrita en el diario. De esta autonomía surge la idea de que el diario exige, pide a aquel que lo escribe, ser escrito.
¿Pero en qué reside el suspenso que impone el diario a la monotonía de los días? Reside en una promesa. Promete una clave de la vida o de la obra del autor, pero es solo una máscara detrás de otra.
Perec decía: “Avanzo enmascarado”. Es posible que un diario progrese de la misma manera.
La pregunta es inevitable: ¿cuándo un escritor concluye un diario? Habitualmente con la muerte.
Rebeca.
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