¿Qué hubiera pensado Arthur Schopenhauer, al que muchos llaman el filósofo pesimista o cascarrabias, al ver las pilas de libros dedicados en la actualidad a la felicidad y su búsqueda?
Igual la emprendía a palos con las estanterías como con aquella mujer, una tal Caroline Marquet, cuya animada charla con las vecinas molestaba a Schopenhauer hasta el punto de reprenderla en primer término y agredirla después. El incidente, por cierto, hizo que el filósofo le debiera pagar una renta vitalicia.
Pero regresemos al punto de partida: un Schopenhauer contemporáneo anonadado ante la montonera de libros dedicados a explotar el concepto de felicidad, a guiar hasta ella a multitud de “creyentes” confiados en que eso es posible. A poco que se haya leído sobre la concepción de la felicidad en Schopenhauer cobra fuerza la idea de volcar las mesas, quemar las estanterías que acumulan volúmenes donde, para empezar, se afirma que la felicidad existe y que es posible. Porque ahí es donde Schopenhauer empieza a menear su cabeza de un lado para otro murmurando y maldiciendo, porque si hay algo de lo que él está convencido y defiende y repite como un mantra es que la felicidad es lo negativo, un vacío, una ausencia, una quimera. Por el contrario, lo que existe, lo que es positivo –o simplemente es y está– es el dolor.
Schopenhauer repite como un mantra que la felicidad es lo negativo, vacío, ausencia y quimera. El dolor, en cambio, es lo que existe, el dolor es lo que hay
La felicidad vista por un ‘killer’
Que si la vida es dolor, que si el verdadero infierno es la tierra para millones de seres humanos… Más o menos elaboradas, sentencias como estas forman parte del pensamiento de Schopenhauer. ¿Será de fiar alguien con estas opiniones a la hora de reflexionar sobre la felicidad? Pues justito por eso, porque no se trata de “opiniones”, sino de conclusiones extraídas después de analizar pormenorizadamente en qué consiste eso de ser feliz. A Schopenhauer le interesó tanto el tema que hasta se inventó un término, “eudemonología”, para designar el estudio o el arte de ser feliz en función de las posibilidades de cada individuo. Lo acuñó en su obra de 1815 Parerga y Paralipómena. En su desarrollo se ordenan 50 reglas, 50 criterios de esa felicidad de mínimos que le interesaba al alemán. Ahora, se encuentran en las librerias El arte de ser feliz, de Arthur Schopenhauer, un volumen ilustrado espectacularmente por Elena Ferrándiz y traducido por Isabel Hernández González. Y para que nadie se lleve a engaño, regla 22: “El primer presupuesto de la ‘eudemonología’ es precisamente el hecho de que esta expresión es un eufemismo, y que ‘vivir feliz’ solo puede significar vivir lo menos desgraciadamente posible o, resumiendo, de manera soportable”. Un zasca inicial en toda regla para aquellos que creen que pueden ser felices por encima de estas posibilidades.Compañía, salud y contención
A partir de esa premisa, Schopenhauer desarrolla sus 50 consejos. La inmensa mayoría son reflexiones personales, pero tampoco duda en echar mano de lecturas clásicas para apoyar sus argumentos y al revés; que se vea que Epicuro, Aristóteles, Séneca, Horacio, Goethe o Shakespeare, de alguna manera, también le arropan en su apuesta por una felicidad de mínimos, una felicidad sin ambiciones, doméstica, aunque no por ello más al alcance que la otra, la construida a base de quimeras y grandes sueños.Para Schopenhauer, vivir feliz solo puede significar vivir lo menos desgraciadamente posible. Un zasca en toda regla para aquellos que creen que pueden ser felices por encima de estas posibilidades
“La dicha mayor es la personalidad”, afirma con Goethe. Es uno de los ejes que articulan las reglas de Schopenhauer. Para el filósofo, es imprescindible tomar posesión de uno mismo, del yo. Sólo ahí, en el interior, puede residir la felicidad. Nada de bienes, posesiones, opiniones externas y reputación, que, cuando proporcionan algo de felicidad, es tantas veces engañosa. Para Schopenhauer debemos “aspirar menos a la posesión de bienes externos que a conservar un temperamento alegre y feliz y una mente sana que, en su mayor arte, dependen de la salud”.
Schopenhauer da muchísima importancia a la salud en general y a la hora de valorar los factores de la felicidad en particular. Tan obvio que se olvida con frecuencia; menos mal que para eso están los filósofos. Incluso repara en un punto en el que los científicos han estado investigando en las últimas décadas con hallazgos sorprendentes: burdamente resumidos, que las bacterias y otra “fauna” que vive en nuestro intestino podía condicionar no sólo la salud, sino factores como la personalidad y el equilibrio emocional. Pues bien, Schopenhauer, en una intuición genial y sorprendente, enuncia en la regla 45, en la que habla del ser malhumorado y aquel que está de buen humor: “Cuanto mayor es la sensibilidad para las impresiones desagradables, tanto más débil suele serlo para las agradables y viceversa. La razón de esta diferencia se halla en la mayor o menos tensión relativa (tonus) de los nervios y en las características del aparato digestivo”. ¿Qué tal? ¿A que no esperabas encontrarte esa referencia tan “visceral” en un tratado sobre la felicidad elaborado por Schopenhauer? Pues ahora piensa si cuando te duele el estómago o algo estás muy contento…
Schopenhauer está de acuerdo con Goethe en que la mayor felicidad es la personalidad
Un tercer eje temático que agrupa buen número de las reglas de Schopenhauer a la búsqueda de la felicidad son las que versan sobre la contención, la austeridad, el recogimiento, el autocontrol y los límites sobre… Pues sobre casi todo, porque si no tampoco estaríamos hablando de Schopenhauer. Su plan de felicidad postula mantener a raya cualquier tipo de exceso en lo que se refiere a fantasías, planes, círculos de amistades, esparcimiento… Todo puede llevarnos lejos del conocimiento y cultivo de uno mismo, que, para él, es la gran fuente de dicha.
Rebeca.