Nunca
habrás muerto si alguien aún te recuerda en su corazón. Cuando dejan de recordarte, desapareces
totalmente de éste mundo, por eso procura dejar en cada una de las personas que
te cruces, buenos recuerdos y así permanecerás en ellas.
Suelo
guardar muchos recuerdos, creo que todo el mundo lo hace, o casi todos, sino
recuerdos físicos, espirituales. Guardo
momentos, fotos, palabras, escritos, poemas, gestos, canciones, pequeñas cosas
que traen de vuelta a la persona a mi memoria, a esas personas que por muerte o
por distancia….ya no están conmigo.
Cada que
cumplo un año más de vida, dedico algunos momentos a reflexionar, a recordar y
vienen a mi mente esas personas que me han llenado de buenos recuerdos, que han
colmado gratamente mi existencia.
Hoy viene
a mis recuerdos, mi abuela paterna. Me
dejó muy buenos recuerdos y muchos.
Mamá
Clara. Recuerdo su aroma, lo llevo en mí. Olía a flores, no sé cuál era su perfume,
pero olía a jazmines. Recuerdo su risa contagiosa, sus cálidos abrazos que me
cubrieron desde niña. Recuerdo que hasta
el último día maquilló sus ojos con discreta “pestañina” y su rostro con polvos
de olor. Muy linda ella.
Fumaba,
pero recuerdo que cuando me acercaba lo apagaba inmediatamente. No recuerdo todo con detalles, pero la
sensación de amor y calma….esa si la recuerdo nítidamente.
Y es que la vida es
eso, los recuerdos y la forma en que recordamos para contarlo. Somos libros andantes, llenos de historias,
vidas de las que algunos leen solamente el título, pero que unos cuantos leerán
su contenido.
Pero
vuelvo a los recuerdos de mi abuela. Hoy
he dejado salir de mi corazón sus recuerdos, tiempos aquellos cuando yo no sabía
nada de nada, pero intuía todo de todo.
Ella vivía
con mi abuelo en una gran hacienda, con caballos, marranos, gallinas y cultivos
de café. Ella desde muy temprano
preparaba los alimentos y su cocina expandía deliciosos olores, aromas que
llenaban esa enorme casa. Ya adulta tuve
el privilegio de aprender a cocinar algunas de sus recetas preferidas.
La perdí
cuando yo apenas tenía 20 años. La echo
de menos, extraño las tardes a su lado,
tomar con ella una taza de café mientras tejía algún jersey, sus historias de
familia, las fotografías viejas y roídas, fotos de personas que yo no conocía
pero que en el fondo sabía que fueron parte de mi familia.
Por mi
temperamento fuerte, más de una vez me defendió de mis padres, mi salvadora en
muchos conflictos con mi madre.
Hace
algunos años, mi padre ordenaba su escritorio y entre tantas cosas viejas,
apareció un diminuto reloj… envejecido.
Le pregunté de quien había sido y me respondió: “¡De Madre ¡” me quedé mirando a mi padre y cuando sentí
nublarse mis ojos, bajé la mirada … me
inundaron los recuerdos de la abuela. Mi
padre me dijo: ¿Lo quiere? Claro que sí,
le respondí.
No tiene
ningún valor comercial, pero espiritualmente, tiene todo el valor del
mundo. Lo conservo como uno de mis
tesoros más preciados.
Somos
recuerdos, así que guarda siempre los bonitos, te ayudarán a sobrellevar más
gratamente la existencia.
Ahora
mismo estoy construyendo muchos recuerdos que seguramente un día me llenarán de
melancolía y de nostalgia.
Rebeca.
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