Parece tan ridículamente absurdo
el estar rodeado de gente constantemente, y sentirnos tan solos, que hasta es
paradójico el pensar en su razón de ser.
Cada día nos cruzamos con manadas de
transeúntes de cerebros dormidos a las ocho de la mañana, para coger el metro a
trabajar. Gente que va a comprar el periódico, tabaco o pan. Todavía recordando
su último sueño o tal vez que llegue la hora de almorzar. Caras largas de
hastío infinito…
Nos cruzamos casi rozándonos y casi podemos percibir el
putrefacto olor de la vanalidad. Personas (si todavía se les puede llamar así)
que distraen cada minuto de su ausencia en un juego de azar de su propia mente.
“El que haré más tarde”, “a quién llamaré” o “el qué dirán…”.
Vamos indagando
durante el día por los entresijos de nuestra casualidad o causalidad, hasta que
en un vacío de nuestra inexorable esencia, nos permitimos a nosotros mismos
viajar a otra realidad. Esa es la única forma que tenemos de comprender la
tempestuosa soledad que nos rodea a diario.
Cuando nuestro cerebro nos permite
recobrar lo poco que nos queda como ser humano, ya estamos cansados y es
demasiado tarde.
El despertador sonará a las 7,05 de la mañana y nuestra única
preocupación, es si nos dormiremos en cinco minutos o en diez tal vez. Algunos
privilegiados tardarán un poco más y aun les quedará tiempo para quejarse de lo
cansados que están o de que las cosas no les han ido como esperaban…
Mientras,
seguirá habiendo gente que necesite nuestra ayuda, PERSONAS que morirán de
hambre, y sobre todo gente cercana que nos necesite… Nosotros impávidos,
luchamos contra ello con nuestras caras desafiantes y miradas petulantes a las
ocho de la mañana al ir a coger el metro.
Me gustaría saber hasta dónde podría llegar la apatía de algunos, o cuán
de vacíos están sus cerebros. Aunque si realmente lo pienso, esto también es
una paradoja, ya que ni nos inmutamos al saber, que hay gente que muere cada
minuto de nuestro agitado día. Ni nos conmueve el constatar, que personas como nosotros
no pueden ni ir a comprar el pan (si es que se lo pueden permitir) sin saber si
llegarán vivos a casa o serán víctimas de algún “vanidoso artefacto”.
En fin, como ejemplo más claro, una imagen que por lo menos a mi me dejó
sin palabras… Un niño muriéndose en una acera en Somalia y un buitre esperando
su muerte. Sólo tengo dos cosas que añadir sobre esto: gente pasando a su lado
sin ni siquiera dedicarle una mirada y un fotógrafo detrás de la cámara.
Recapacite cada uno hasta dónde llega la normalidad y la desidia.
Supongo que el lema de “carpe diem” se ha infectado por nosotros mismos
y lo vemos como solución a todos los problemas. Yo ahora, resguardada entre
cuatro paredes, de esos que se hacen llamar “personas”, me pregunto… ¿Hasta
dónde seremos capaces de llegar? O mejor aun… ¿Qué tendrá que suceder, para
poder olvidarnos completamente de quién somos, y tender una mano en un gesto
multitudinario y actuar? Realmente sólo la idea de pensarlo, me aterroriza…
Dejémoslo en que nos seguiremos levantando a las 7,05 de la mañana y
seguiremos comprando en el metro, nuestro billete a la decadencia como
personas.
Ya es tarde para cuestionarnos nuestra moralidad…
Fuente: La Red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario