Somos adictos a nuestros teléfonos no porque dependamos de ellos, sino porque los usamos para evitarnos a nosotros mismos.
Cada vez nos resulta más complicado encontrar a alguien (o algo) que nos parezca más interesante que nuestro
smartphone,
es la cruda realidad. Esto es desconcertante y problemático, y ha
tenido gran repercusión en nuestras historias de amor, la vida familiar,
el trabajo, el tiempo libre y la salud. Este artículo pretende arrojar
algo de cordura a nuestra relación con el
smartphone, que al final es la más cercana, intensa y, posiblemente, la más peligrosa.
1. Genera adicción
Decir
que somos adictos a nuestros teléfonos no solo implica que los usemos
muy a menudo, va mucho más allá: quiere decir que los usamos para
sentirnos completos. Por culpa de nuestros teléfonos, nos resulta
imposible permanecer sentados solos en una habitación, dándole vueltas a
nuestros pensamientos, repasando el pasado y divagando sobre el futuro,
permitiéndonos sentir dolor, arrepentimiento y emoción. Somos adictos a
nuestros teléfonos no porque dependamos de ellos, sino porque los
usamos para evitarnos a nosotros mismos.
2. Afecta a nuestras relaciones
Partimos
de la base de que nos fascina la vida familiar y que estamos encantados
y totalmente comprometidos con nuestra pareja. Sin embargo, es evidente
que la realidad es distinta. Todas esas cosas maravillosas se mezclan
con otras muchas que nos resultan extrañas y frustrantes. Nuestra pareja
no es tan comprensiva como nos gustaría, nuestra familia es mucho más
conflictiva y problemática de lo que nos parece razonable y justo. Por
su parte, el móvil es dócil, responde a nuestro tacto y siempre está ahí
para nosotros, dispuesto a hacer lo que nos venga en gana. Su
maleabilidad nos proporciona la excusa perfecta para desentendernos de
los aspectos más complicados de los demás.
Cuando nuestra pareja comienza a contarnos su día o a explicarnos
cómo, a su parecer, debe gestionarse el frigorífico, resulta muy
tentador desviar la mirada hacia nuestra pantalla. Los detalles de su
vida y su opinión acerca de nuestra convivencia no puede competir con lo
interesante que es ese apartamento tan caro que está en venta en el
centro o los hábitos alimenticios del gato más grande del mundo.
3. Nos condiciona a la hora de buscar pareja
Da
la sensación de que es muy sencillo ligar. Al fin y al cabo, hay
millones de personas ahí fuera y no debería ser muy complicado encontrar
a nuestra media naranja... siempre y cuando nos registremos en la
aplicación adecuada. Nos hemos vuelto esclavos de nuestras expectativas:
cada persona a la que conocemos la juzgamos comparándola con aquellas
que no hemos conocido todavía. Por supuesto, ninguna de las personas que
conocemos a través de nuestros móviles es completamente perfecta. De
modo que volvemos a emprender nuestra búsqueda, invirtiendo el doble de
esfuerzo.
El amor no puede consistir en ubicar en un mapa a esa
mítica persona ideal. La compatibilidad entre dos personas es una
consecuencia del amor y no puede ser una condición previa. Esta es una
realidad que nuestro teléfono no quiere enseñarnos. Él nos promete
encontrar a alguien a quien le guste el queso, que no tenga problemas en
ponerse una máscara y que viva en un radio de unos 16 kilómetros de
nuestro barrio. Sin embargo, nuestro móvil no puede ayudarnos con el
verdadero desafío del amor: desarrollar la afectividad y la comprensión
por la fragilidad humana.
4. No nos percatamos de los detalles
Nuestros
teléfonos nos muestran el mundo de manera fugaz. No obstante, y sin que
nos demos cuenta, a menudo nos impiden prestar atención a los pequeños
detalles. Cuando bajamos la mirada para ojear nuestra pantalla no nos
damos cuenta de que nos estamos olvidando de:
· El relajante sonido del tráfico desde la distancia
· El musgo creciendo en una antigua pared de piedra
· El placer de sentirte cansado después de un duro día de trabajo
· La emoción de levantarte temprano una mañana de verano para disponer de una hora entera solo para ti
· Un banco de nubes errantes en el cielo
· La timidez de una sonrisa indecisa
· Lo bonito que es leer en el baño
Todos esos momentos de tu día están esperando que les prestes un poco de atención
5. Nos crea miedo a perdernos algo
Gracias
a nuestros teléfonos, estamos constantemente informados de las
fascinantes andanzas de los demás: "Fuimos a tomar algo a un bar que
estaba genial", "se va a casar en una pequeña iglesia en medio del
campo", "el mejor
after-party de mi vida", "estas vistas son
increíbles", "ese bar tan moderno de Malasaña que les encanta a los
lugareños". Existen tantas cosas que no estamos haciendo, tantísimos
eventos a los que no estamos invitados y de los que no somos parte.
Nuestras vidas están llenas de miedo a perdernos algo. Resulta tentador
no ponerse un poco cínico al respecto: ¿quizá en realidad todas esas
cosas a las que estamos dando bombo no son para tanto? El matiz es mucho
más fuerte: Sí que existe un gran riesgo de perderse cosas.
Sin
embargo, existe una lista bastante diferente de cosas que nos estamos
perdiendo por hallarnos inmersos en nuestros teléfonos: conocer a
nuestros padres en profundidad, aprender a lidiar con la soledad,
disfrutar del reconfortante poder de los árboles y las nubes, charlar
con niño de siete años. El verdadero problema no es la sensación que
tenemos de estar perdiéndonos algo, sino cuáles son esas cosas que nos
estamos perdiendo, y nuestros móviles distorsionan esa visión.
6. Tenemos la necesidad de que nos den "Me gusta"
Puede
que resulte desesperadamente ingenuo o narcisista admitirlo, pero todos
queremos que nos den "me gusta". Esa emoción fugaz que sentimos cuando
recibimos un mensaje que no es vergonzoso ni ridículo, esa punzada, es
muy común, aunque la mantengamos en secreto: esperamos que nuestros
problemas y nuestras alegrías sean comprendidas genuinamente por otras
personas, que todos esos mensajes que estamos deseando mandar al mundo
sean recibidos y comprendidos a la perfección, al menos por alguien. No
deberíamos tener miedo o sentirnos incómodos por nuestra ubicua soledad.
No
es nuestra culpa: un cierto grado de distanciamiento e incomprensión
por parte de los demás no quiere decir que nuestra vida se esté
torciendo. Al contrario, es lo que deberíamos esperar desde el
principio. En cualquier caso, la soledad desarrolla nuestra capacidad de
relacionarnos íntimamente con las personas, por si en un futuro se
presenta alguna oportunidad. Gracias a la soledad se intensifican las
conversaciones que tenemos con nosotros mismos, nos dota de
personalidad: no repetimos lo que oímos a los demás, desarrollamos
nuestro propio punto de vista. Puede que ahora mismo estemos aislados,
pero seremos capaces de crear vínculos más cercanos e interesantes si
una persona se cruza en nuestro camino. La soledad simplemente es un
precio que debemos pagar para tener una perspectiva sincera y ambiciosa
de lo que debe y podría ser la compañía.
7. Los selfies
El problema de los
selfies
no es que los tomemos, si no que no los tomamos en serio. Parece que
tenemos la necesidad de darle un toque irónico: "Aquí estoy comiéndome
una salchicha", "mira qué bien me queda este sombrero". Y sin embargo,
los
selfies no tienen por qué ser inherentemente absurdos o
egocéntricos. De hecho, suponen una de las grandes transiciones del
arte: el autorretrato. Aunque contaba con mayores dificultades y
precisaba la ayuda de pinceles y pintura al óleo, Rembrandt también era
adicto a autorretratarse (de hecho, lo hizo más de 100 veces a lo largo
de su carrera artística). Pero nunca se retrató a sí mismo guiñando un
ojo o haciendo gestos extraños con las manos. Él trataba de plasmar
quién era realmente y en lo que se había convertido, poniendo de
manifiesto la tristeza que se había ido acumulando de manera gradual en
su rostro, tratando de averiguar qué era lo que le mantenía con vida:
¿qué ha hecho la vida conmigo? ¿he aprovechado el tiempo que tenía en
este mundo? Estaba buscando la aprobación de los demás, estaba buscando
conocerse a sí mismo. Cuando algo (como hacernos
selfies) nos
parece trivial y absurdo, tendemos a no tomárnoslo en serio. Deberíamos
distanciarnos de esa perspectiva y afrontarlo desde un punto de más
jocoso. Pero quizá lo inteligente sea ser mucho más ambicioso: al arte
del
selfie todavía le queda mucho camino por delante.
Todavía
estamos lejos de inventar una tecnología que nos haga florecer. En
realidad, deberíamos sentir compasión por nosotros mismos y por haber
nacido en una época tan primitiva.
Fuente: La Red.