«Perdonar es la
única reacción que no reactúa simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma inesperada, no
condicionada por el acto que
la provocó y por lo tanto libre de sus consecuencias, lo mismo quien perdona que aquel que es perdonado.»
Hannah Arendt
Hermosa mañana de lunes feriado en mi país, el silencio y
el canto de los pájaros me invitaron a escribir.
Siempre me pregunté qué oscura y mezquina intención reposa
en las personas que perdonan todo.
También siempre he pensado que si perdonas todo te
conviertes en una persona permisiva que no hace nada bueno para la evolución de
la persona condonada.
Y con éste pensamiento empezaré éste escrito, porque indagaré
profundamente en el perdón hasta darme la razón o haber cambiado.
Perdón es un término que se ha trivializado, es una de las
primeras palabras que aprendemos en la infancia y también
cuando estudiamos un idioma nuevo. En general, su significado es
comprensible para todos. Para
establecer un contacto básico con los demás, aprendemos a saludar, a pedir educadamente, a agradecer
y a disculparnos: hola, por favor, gracias, disculpa y perdón.
En el Diccionario
etimológico latino-español encontramos una curiosa relación entre el origen de la
palabra ‘perdón’ y la acción de donar.
Si analizamos la expresión per dono,
por separado, encontraremos que,
en diferentes idiomas, se
puede obtener un resultado casi
idéntico; en italiano, perdonare;
en francés, pardonner; en
portugués, perdao;en inglés,
forgiven;en alemán, Vergebung.Es decir,
el per donoo perdónexpresaríauna
voluntad de dar en su sentido más
puro.El verbo perdonar sería entonces un verbo
cuya acción posibilita
reconocerse en deuda, dispuesto a donar algo a quien se lo había perdido. Un verbo creado para conceder
o para renunciar a algo para
que, en esta renuncia, el sujeto que perdona pueda dejar de tener algo, es decir, perder algo para que el
destinatario, el perdonado, pueda recibir.
El sujeto que perdona ha regalado. Al perdonar, donamos al otro la libertad, una nueva posibilidad que
otrora había estado perdida por
una infracción moral. Creemos
que cuando per donamos, regalamos al
otro la posibilidad de reinserción1social, de recomponer una relación, la esperanza de construir un
futuro sin violencia.
¿Y los que perdonan? ¿Lo hacen por la necesidad de dejar
atrás el pasado o porque creen
que se hizo justicia? Perdonan al haberse reconocido
en la persona y acción del agresor. ¿Perdonan por compasión? ¿Perdonan debido a una creencia religiosa o espiritual?
Son muchas las razones que hacen decidir si
perdonar o no.
Jesús habla de perdón, y de que debemos perdonar siempre y cuantas veces sea necesario. Detrás de esta
enseñanza se esconden los valores
morales necesarios para fortalecer la vida en comunidad; esto para nosotros parece estar claro. En la
tradición judeocristiana, cuando no
podemos hacerlo por nosotros
mismos recurrimos al auxilio divino.
El perdón no es cosa de uno solo, es el extremo opuesto a
la venganza. Se da con el reconocimiento
de
las limitaciones personales, pero
también a través del reconocimiento del otro. Es en primer lugar una decisión personal, el modo de sufrir,
amar o perdonar es subjetivo e individual.
No es un comportamiento que se pueda
imponer. Cada persona
reacciona de un modo diferente dependiendo del contexto.
Sabemos que el perdón implica una decisión personal. Como
ya apuntamos con anterioridad,
muchas veces en la vida cotidiana al no abordar
el asunto, pasa a ser un modo de
no revivir una mala experiencia.
Para la persona que perdona, después de haber sido capaz de hacer una lectura diferente de lo
ocurrido, la experiencia de perdonar hace
posible que esté tranquila. Y además, libera al victimario para que pueda retomar su vida de un modo diferente. Quien perdona cierra
el ciclo de violencia. El
perdonado tiene una nueva oportunidad para reconstruir
la relación con la víctima, o al menos una reconciliación pacífica con todos los integrantes del
grupo, familia o comunidad. La
venganza destruye todo este
proceso.
Dentro del proceso
de perdonar y ser perdonado, es posible crear una realidad diferente. Olivier Abel, defensor de la práctica del perdón, dice: «Se
borra todo y se vuelve a empezar. Todo debe pues ser perdonado, porque aquel que perdona camina
con la historia, mientras que
el rencoroso bloquea el porvenir porque su pasado le tiene atrapado».Pero nos preguntamos: ¿es posible
perdonarlo todo?
El perdón es un concepto muy importante en la tradición judeocristiana y, frecuentemente, las
generaciones venideras heredan nuestras
creencias, valores religiosos,
etc. De modo que, al aceptar la existencia
de un Dios o de un ser superior, surge la presencia del perdón casi como algo intrínseco en nuestra
propia existencia
En el cristianismo, la necesidad de perdonar aparece tras
el pecado original. Antes Adán
y Eva vivían dichosos en el
paraíso, y tenían una relación
directa e íntima con Dios; que es justo lo que los cristianos persiguen en su andadura
espiritual
Pecaremos, dañaremos a los demás y necesitaremos pedirles perdón, seremos dañados por los demás y
necesitaremos perdonar. ¿Pero
hablar de necesidad no sería
exigir demasiado de nosotros mismos? Quizás el perdón no sea tan necesario en la
práctica como parece ser en la
teoría. Caso contrario sería una acción más habitual, ¿o no?
La Biblia, en resumen, dice que debemos «amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos», «no
dejar que se ponga el sol sobre nuestra
ira »y que tenemos que «perdonar setenta veces siete». En una relación
de amor no debería haber espacio para el cultivo del odio o el deseo de venganza y, según Jesús, la
cantidad de veces que debemos perdonar es ilimitada.
Perdonar es una acción aconsejada por Jesús que, en el
ámbito social, posee una gran
función. Perdonar es reconocer que alguien te ha hecho
daño pero también admitir las limitaciones e imperfecciones de este ser
humano y, a su vez, aceptar nuestras propias limitaciones e imperfecciones. Siendo conscientes de que
quizás nosotros también podríamos
haber hecho lo mismo si hubiéramos estado en la misma situación.
En el marco de la familia, las relaciones amorosas o de amistad, muchas
veces hacemos daño a las personas que amamos. A veces, sin darnos cuenta y sin haber tenido la
intención o consciencia de nuestra acción
egoísta e individualista, perdemos de vista tanto el deseo como la necesidad del otro. Para Dios, volviendo al lenguaje religioso, no hay pecado grande o pequeño, son todos iguales,
pero sabemos que las consecuencias
de estos pecados sí que son diferentes. Del mismo modo, creemos que existen diferentes niveles e
intensidades para el perdón.
El término ‘perdón’ se ha universalizado y su práctica también, ¿pero con esta universalización, acaso no
hemos perdido el sentido de su
valor moral? ¿Esta universalización nos permite vivir mejor como ciudadanos o es una mera vulgarización de
los valores esencialmente humanos?
Valores que se han perdido
dentro del engranaje burocrático y
consumista en el que vivimos, cuyo fin último es la satisfacción de nuestros deseos más egocéntricos.
Cuando
Boltanski se refiere al ágape, amor incondicional, que no espera nada a cambio
nos hace recordar la gratuidad del perdón
budista, que no es comprensible, pero es una forma de perdonar que posee
una belleza singular inherente y ha de ser respetada. ¿Cómo sería si todos
tuviéramos la capacidad de perdonar de esta manera? Incluso en las
dificultades, o en el no-perdón, en el diálogo y en el mero intento ya tenemos
mucho que aprender.
Cuestionar, entender los límites del perdón, pero al mismo tiempo no
posicionarnos adoptando la función de juez. Muchas veces, el silencio es la única
reflexión posible, la única respuesta
Perdonar es una acción realizada con la mediación del lenguaje a fin de recordar y reconocer un hecho del
pasado donde uno pide perdón y
el otro lo otorga o no. Al recordar y reconocer una acción pasada es posible atribuirle un nuevo significado.
Pedir perdón, además de expresar
«el sincero arrepentimiento» es una
acción de fundamental importancia
para poner fin a la violencia
El fin de la violencia anula la posibilidad de venganza.
Jesús nos ha enseñado,
volviendo a nuestra tradición judeocristiana, a no devolver la violencia; nos invita a poner la otra mejilla, y resume los mandamientos en dos: amar a Dios sobre
todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos. Dios es, a su vez, la imagen y semejanza de los hombres y es definido como
amor.
Creemos que perdonar es cerrar una etapa, es utilizar el aprendizaje
del pasado como base y fortaleza de mayor sabiduría y no como el hilo conductor que legitima y
justifica los actos de ira, ligada a
la venganza y a la violencia.
El sujeto que perdona tiene la posibilidad de
iniciar un camino de sanación para su dolor, de entender y resignificarlo
que sucedió. Y ya que no se puede cambiar el pasado, puede examinar esta experiencia y
transformarla a partir del
perdón.
La compasión juntamente con la racionalidad es muy
importante cuando se trata de
resolver problemas éticos. Sería complicado hablar de perdón sin mencionar la compasión y la
misericordia.
Según Hans Habe la
resistencia al mal es un deber sin el que no
podemos avanzar. Los principios de amor y de justicia deben estar de modo que el perdón sería una forma de
imitar a Dios, así como también
el castigo. No podemos quitar a
los demás la posibilidad de desear
el perdón, la justicia sin amor sería una imitación de la fuerza y configuraría la imposibilidad de
arrepentimiento. Quitar la posibilidad de
arrepentimiento y consecuentemente de perdón es negar un nuevo inicio,
es obstruir las vías de reconstrucción social.
Según Wiesenthal, peor que los crímenes ha sido la petición
de perdón: «Uno de los peores crímenes del régimen nazi
fue pedirnos con insistencia
que les perdonásemos. Esto nos colocó en el
interior del laberinto de
nuestras almas».
Perdonar, es poder mirarse a los ojos, es reconocer y aceptar al otro porque
incluso es capaz de entender a los agresores como víctim. Incluye no
juzgar. Es una manifestación
de Dios en los seres humanos.
Él cree que para muchos en
algunos momentos existen límites para perdonar, pero para Dios no hay límite para estar con nosotros
en este proceso: «Si un ateo perdona, significa que Dios se ha
manifestado en él».
Y nuevamente como la muñeca de Kafka cambiada por los
viajes, yo también he cambiado. Las
lecturas me han cambiado.
Termino diciendo, que el silencio ante una injusticia o un
agravio, también es una manera de perdonar y que perdonar no es necesariamente
reconciliarse y que quizás, digo quizás, la persona ante tu silencio entienda
que hizo mal y quizás, digo quizás, no lo vuelva a hacer y sea mejor persona
para otras personas, no necesariamente para ti.
Entonces el perdón habrá logrado el objetivo.
Rachel.